domingo, 1 de febrero de 2015

El Picu: Naranjo de Bulnes

¿Por qué me llamas Naranjo
si naranjas no puedo dar?
Llámame Pico Urriellu,
que es mi nombre natural.









Llevamos ya más de dos horas de viaje en una mañana de puente del 12 de Octubre, de tráfico inusualmente denso para las horas tempranas que son. Hemos tardado más de media hora en repetir el desayuno en la estación de servicio Milagros en la cual, eso sí, he capturado una curiosa imagen de una docena de lechazos crudos embandejados, esperando para ser asados, que ha resultado todo un éxito en facebook.


Saliendo de Tórtoles de Esgueva adelantamos a una cosechadora, y nuestra conversación vuelve inevitablemente al punto de partida; ¿hará mal tiempo en Picos? ¿Nos atreveremos a subir la cara Este? ¿Estaremos haciendo este largo viaje de 6 horas en balde…?
Cuando pienso en el Pico Urriellu, el Naranjo de Bulnes, siento un cosquilleo en el estómago y un nervio repentino que me recuerda sensaciones de la adolescencia: enamoramiento, curiosidad, intriga….
… miedo…

Aún no puedo creer que hayamos quedado con un guía para embarcarnos en esta experiencia. Llevamos algo más de un año yendo al rocódromo sí, pero no hemos salido a la roca más de 5 veces, nunca me he atrevido a abrir una vía en ella y no hemos practicado nunca varios largos en deportiva. ¿A dónde creemos que vamos?

Pero la culpa no es mía sino del amigo de Tocando Cumbre. Vale que la idea peregrina de escalar el Naranjo salió de mi cabecita, pero yo sólo quería probar la cara sur, la fácil, por la que los guías suben a gente que no ha tocado una cuerda en su vida. Pero al explicarle nuestro curriculum él insiste en que podemos afrontar sin problemas la cara Este, escalada algo más larga.

- ¿Cuánto más larga? – pregunto.
- Puessss, la Sur son cuatro largos y la Este son ocho…

Juanito piensa que estoy loca, que no estamos para escalar una pared de 350 metros, que estamos saltándonos varios pasos y deberíamos ir más despacio. No se explica cómo a mí, la prudente y cumple-etapas-de-aprendizaje Ali, se le ha pasado por la cabeza semejante locura. Y yo no me explico cómo él, el intrépido-irresponsable-Dios-proveerá Juanito está siendo asaltado por las dudas al proponerse escalar una gran pared. ¡Una Big Wall!
Pero yo ya no puedo echarme atrás; la idea ha echado raíces en mi cabecita y ya no me abandona. Es tal la emoción de imaginarme conquistando el Naranjo de Bulnes que ya no hay freno posible.

Es por eso que contacto con más guías que voy encontrando por la red, esta vez un tal Lobo Alfa (el nombre echa un poco para atrás, a ver si se lo comento) que me remite a un tal Nano porque ellos tienen ya los días reservados. Así pues llamo al contacto y le presento de nuevo nuestro curriculum montañero convencida de que nos animará a atacar la cara Este, pero cuál es mi sorpresa al decirme con suave acento del norte con deje asturiano que nos recomienda empezar por la sur ya que nunca hemos escalado varios largos, que la via Este es muy larga, que podemos cansarnos, que podemos no disfrutarla… Al final quedamos en decidirlo el mismo sábado en función de cómo lo veamos y, hoy lo sé aunque él no lo dijera, en función de cómo nos viera él.
Sea como sea, la conversación con él me hizo volver a plantearme si no estaríamos superando nuestras posibilidades.

Pero allí estábamos, metidos en el coche en viaje interminable rumbo a Sotres y con una importante misión que cumplir… Por eso paramos en Venta Pepín a reponer fuerzas con unas delicias embutidas de la zona y un par de tragos de cerveza.
Y así, después de atravesar los pueblos más profundos de la España rural más espectacular llegamos a Sotres , tras un bacheado recorrido por la pista que nos deposita cómodamente casi a la altura del Collado de Pandébano. El tiempo está peor, hay niebla y una fina pero constante llovizna lo empapa todo alrededor.
Cargamos las mochilas a la espalda y echamos a caminar, cruzándonos enseguida con excursionistas que bajan de la Vega de Urriellu bastante mojados y que nos confirman que arriba las condiciones son igual de malas. Así pues nos resignamos a no ver hoy la imponente mole del Rey Naranjo y seguimos la caminata sin prisa pero sin pausa, temiendo para nuestros adentros que estemos haciendo el viaje en balde ya que con este tiempo no va a ser posible subir ni siquiera por la cara Sur.


Ascender sin visibilidad y sin saber la altitud del refugio resulta desconcertante, pero al cabo de casi dos horas y media vislumbramos entre la niebla la fantasmal silueta del Refugio Urriellu, a sólo unos pocos metros por encima.

Descargamos y reponemos fuerzas con una cervecita mientras le decimos al guarda, peculiar como todos los guardas, que nos apunte para cenar.
Yo echo un vistazo a mi alrededor imaginando quién de aquellos aguerridos montañeros es Nano. En cierta manera me siento un poco fuera de lugar y no sé bien por qué, pero eso me hace sentir vergüenza para preguntar por el guía, tal y como nos dijo que hiciéramos al llegar. Así que bajamos a los vivacs a montar la tienda en medio de la niebla mientras hacemos tiempo para la cena; mientras sacamos los bártulos de las mochilas dos hombres discuten divertidos sobre si la niebla está abriendo y si una forma borrosa que se vislumbra por encima de sus cabezas es el Picu.

- Qué dices, ¡eso es una nube! – asegura el más bajito y rechoncho mientras mira escéptico hacia arriba haciendo visera con las manos.
- Que no hombre, ¡que te digo que es el Picu! – insiste el compañero entre risas ante la incredulidad del amigo que nunca antes había estado en ese lugar.

En ese momento vuelvo la cabeza; efectivamente parece que la niebla está abriendo y levanto la vista hacia la altura donde estaría un pico normal. Pero me topo con la sombra oscura de algo grande, y para terminar de verlo tengo que doblar el cuello más y más, hasta que adivino la difuminada parte superior del Picu increíblemente elevada sobre el techo del refugio, que parece diminuto en comparación con esa mole rocosa.
Mientras mi boca abierta se niega a cerrarse, sigo escuchando divertida al hombre rechoncho , que ha abierto los ojos como platos, alucinar con el Picu:
´
- ¡¡¡Pero eso es una salvajadaaaaa…!!!


La imagen del Picu incendiado por el sol oeste de la tarde, desenvolviéndose del manto fantasmal de la neblina se queda grabada en nuestras retinas y, por si acaso, también en las mil fotos que echamos con nuestras cámaras. Y una vez repuestos continuamos construyendo la que será nuestra casita para los próximos dos días.

La cena es a las ocho, así que como ya ha caído el sol volvemos al refugio para hacer tiempo con nuestros libros y nuestros mapas, y de paso intentar buscar a Nano. Juan pregunta por él pero le dicen que vendrá en un rato, así que nos sentamos en una mesa en la que, en lugar de leer nuestros libros, nos dedicamos a admirar las fotos de los Picos que hay desperdigadas por las paredes del refugio.

Hasta que de repente alguien irrumpe en nuestra mesa y pregunta por mí, a lo que me levanto de un salto y me vuelvo hacia él. Me encuentro frente a un chico algo más joven que yo, guapo y con aspecto afable. ¡Nano! Es un alivio comprobar que no se trata del típico guía chulo y sabelotodo sino que parece un chico de lo más humilde y agradable.
Nos dice muy rápido que no cenará con nosotros porque va a ayudar a los del refugio a servir, así que después de la cena nos contará. De momento parece que algo ha visto en nosotros que le hace pensar que podremos subir bien por la Este.

La cena consiste en una sopa de sobre, lejos de la típica consistencia y explosión de sabores de los calcetines, y unas lentejas con chorizo de las lo que mejor es el chorizo, como siempre. Tomamos un yogur de postre y compartimos sobremesa con dos holandeses en vaqueros con los que hablamos de montañas durante un rato, hasta que Nano regresa a nuestra mesa y se sienta con nosotros.

La conversación empieza de manera banal; qué tal la cena, el tiempo… Parece que él tiene esperanzas de que el día siguiente se porte bien aunque, como llevamos oyendo ya varias veces en las pocas horas que llevamos allí, en Picos nunca se sabe…
Al fin nos dice que no habrá ningún problema en hacer la Este, que nos ha observado y que está seguro de que estamos a la altura de sobra. Aún hoy me sigo preguntando si esperaba vernos en vaqueros como a los holandeses, o con orondas lorzas colganderas adornando
nuestros cuerpines, o en muletas… En fin, nunca sabremos el secreto del sexto sentido de los guías, pero acertó en que éramos unos cracks! ;-)

Nos explica la ruta creo que muy por encima, aunque también puede ser que a día de hoy no me acuerde de nada por el tiempo que ha pasado y porque mis neuronas dispersas volaban de un lado para otro por los nervios, y no procesé la información.
Saldríamos a las 6 de la mañana con un par, y así evitaríamos colas y atascos en la vía. Y ahora… ¡a dormir!
Salimos del refugio y bajamos a la tienda, nerviosos, impacientes, excitados y, al menos yo, asustados ante lo que íbamos a hacer al día siguiente.



Suena el despertador; ¿dónde estamos? Uff joder, si vamos a subir al Naranjo!
Hoy no vale remolonear en el saco, hay que vestirse y salir rápido que Nano nos está esperando en el refugio. Subo hacia él con el estómago hecho un nudo, no siento nada de apetito, pero una vez a la mesa me trago a duras penas el café y mastico obligada unas ásperas galletas. Es curiosa la sensación; muchas veces durante los desayunos previos a una actividad me he encontrado nerviosa y con el estómago poco receptivo, pero es que hoy tengo el cardias cerrado por vacaciones y aquí no hay manera de meter alimento. Por dios, que lo voy a necesitar…
Nano ya está listo y corremos a ponernos las mochilas; este estrés no es lo mejor para mi estado de nervios y mis retortijones de tripa… ¿o sí? Porque yendo tan deprisa no me da tiempo a pensar tanto y actúo de manera automática.
Casi sin darme cuenta me encuentro andando en la oscuridad por un senderito bajo la cara Norte del Picu, la primera en ser conquistada por el osado Cainejo y Don Pedro Pidal. La luz de los frontales ilumina el camino y por primera vez me doy cuenta de que el cielo está completamente despejado, aunque al fondo hacia el mar se encuentra el clásico mar de nubes del cantábrico; avanzamos a buen paso por terreno ligeramente descendente y los nervios no me abandonan. Nano abre la marcha y Juanito la cierra, y yo en medio por si me da por escapar.
Ahora el camino gira hacia el sur y empieza a subir implacable, pero el ritmo no decae y yo empiezo a resoplar: el colega éste sigue poniéndonos a prueba y como nos vea titubear nos manda a la Sur…
Por el camino hablamos con Nano de montaña; nuestro campo de experiencia es el Pirineo pero él nos cuenta que no suele ir mucho ya que trabaja sobre todo en la Cantábrica. Nos cuenta que tiene planeado ir al Cerro Torre el próximo año y nosotros le hablamos de nuestras caídas libres en paracaídas.
La luz va haciendo presencia y de repente hemos llegado a la cara Este: un murallón que desde nuestra condición de paketes no tiene nada (o poco) que envidiar a la cara Oeste, se levanta sobre nosotros en una perfecta vertical y parece no tener fin; ¿pero por ahí vamos a subir?


Seguimos a Nano a trompicones hacia el comienzo de la vía hasta que se detiene, tira la mochila al suelo y empieza a prepararse.
Mis nervios se acentúan y no atino a pensar con lucidez; ah, el arnés. Vale, ahora el casco… No, mejor lo último, que me va a molestar… Voy a colocar la mochila; ¿me pongo guantes?

Todavía no ha amanecido del todo y el sol está muyyyy lejos de asomar a calentarnos, así que toca abrigarse. Nano nos explica que nos llevará a cada uno de una cuerda y nos asegurará a la vez con un reverso, aunque uno deberá a empezar a escalar un poco antes que el otro. A su vez uno de nosotros le asegurará a él en doble; supongo que el chaval asume pocas posibilidades de caerse…
Al fin consigo ponerme toda la parafernalia y suelto en la mochila lo que no necesito; me llevo guantes, gorro y chaqueta, las zapatillas en el portamateriales y un sacafisureros. Y antes de
que nos demos cuenta ya está el Nano tirando p’arriba como un gato! Creo que esto va a ser rápido…
El primer largo discurre por la izquierda del gendarme que llaman la “Y”, a través de canalizos y desembocando en un diedro sobre el que se encuentra la primera reunión. Juan asegura a Nano mientras yo trato de calentarme las manos; bufff, qué frío!
De pronto Nano nos indica que subamos y es entonces cuando me doy cuenta de que la locura ésta de escalar el Naranjo por la Este iba en serio; en cuanto mis manos acariciaron la rugosa caliza de la Cepeda todo aquello se hizo realidad. Intenté subir rápido y de cualquier manera sin pensar demasiado, no fuera que Nano se llevara las manos a la cabeza al ver mi lentitud y se arrepintiera de habernos metido por allí, pero pronto me di cuenta de que aquella escalada estaba, de momento, a mi alcance. A pesar de que las manos quedaban insensibles tras el contacto continuado con la fría roca, empecé a racionalizar los pasos y a escalar con sentido olvidándome de mostrar nada. Así, casi sin darme cuenta llegué a la primera reunión a la mitad del gendarme en su parte derecha…


Sin darnos cuenta de nuevo Nano estaba ya escalando el segundo largo como si fuera un gecko. Subía sin prisa pero sin pausa, colgándole nuestras dos cuerdas y sin apenas mirar hacia atrás (hacia abajo). De nuevo nos pegó el grito y allá subimos de nuevo; esta vez nos pegamos al diedro para dirigirnos a la reunión que se encuentra justo pegada a la izquierda del gendarme. Upss, primer obstáculo, cuando me doy cuenta de que me estoy encajonando en el diedro ya es tarde para evitarlo, el atasco está hecho. Intento retroceder un poco pero no puedo, así que volviendo a temer que Nano se lamente de mi torpeza, encajo el culo y mediante oposición y bloqueo de brazos más bruto imposible, salgo del encajonamiento como si nada hubiera pasado. Me falta silbar mirando disimuladamente a los lados; quizá lo hice, no lo recuerdo.

Alcanzo la segunda reunión donde me esperan mis dos maromos y les enseño los dientes con toda la inocencia que me queda en una amplia sonrisa.
Nano emprende raudo y veloz el tercer largo y entonces inspiro hondo y creo que miro hacia atrás (hacia abajo) por primera vez en la jornada. Lo que veo es espectacular: paredes calizas cortadas a sierra nos rodean, picos majestuosos con las formas más extrañas nos observan, aún muy por encima de nuestras cabezas y, hacia abajo, la pared este del Naranjo se desploma con pasmosa verticalidad; ¿por ahí he subido yo? ¿Y todavía quedan 5 largos????
De repente distinguimos unas hormigas oscuras a pie de via; una cordada que ha madrugado menos que nosotros se preparar para atacar la Cepeda, bendito Nano que nos ha sacado de la cama a mitad del sueño.
 

Un nuevo grito de Nano nos saca del ensimismamiento y nos tiramos hacia arriba de nuevo. Vamos ganando en seguridad y, aunque seguimos escalando en sombra con los dedos entumecidos, ya acariciamos los canalizos con más confianza, interaccionamos con la roca de una manera más íntima y punteamos con los gatos sobre los garbanzos cada vez más convencidos. Realmente estoy empezando a disfrutar!!
Tercera reunión encima de la “Y”; una vez más engancho mi cabo de anclaje, coloco los pies y cuando levanto la vista Nano ya no está. ¡Es impresionante!



Creo que en este momento ya estoy algo más relajada y Juan y yo volvemos a mirar atrás. El sol al fin nos pega de lleno y ayuda a reducir el entumecimiento general que siento. Las agujas calizas ganan espectacularidad a medida que ascendemos, el entorno es cada vez más impresionante y el mar de nubes que lame la pared de vez en cuando, arriba y abajo, pone el toque misterioso. Por primera vez intento racionalizar: estoy subiendo el Picu Urriellu, el Naranjo de Bulnes. Pero por mucho que me lo repita no puedo creerlo, y el grito de Nano me saca del ensimismamiento con un respingo. Para arriba.



En el cuarto largo mi mente sube más despejada aún, mis brazos y piernas ya se coordinan entre ellos y el disfrute crece exponencialmente. Pero sigo sin poder digerir lo que está ocurriendo; todo va muy deprisa y aún me parece increíble que esté colgada del Naranjo, por mucho que Juan me lo pregunta directa y retóricamente en las breves pausas de las reuniones.

Nos desayunamos el quinto largo con la misma rapidez y Nano nos tira fotos mientras llegamos a la reunión; es un punto especialmente agradecido y las vistas son de impresión, más aún.
El sexto largo es en su mayoría una travesía a la izquierda fácil pero expuesta que permite admirar las vistas según avanzas, ayudando a relajarme.


El séptimo largo vuelve a recuperar el ya familiar canalizo y excelente agarre de esta roca de Picos. No se puede disfrutar más y empiezo a tener tiempo de pensar que esta actividad ha sido un gran acierto.

Pero llegados a la reunión sabemos que aún nos queda El Paso, el punto más complicado de la via que por lo lavado de la roca vienen dándole 6a. Lo llaman el Rompetobillos y yo voy hacia él.
Desde abajo veo que Juan tiene algunas dificultades pero lo acaba superando bien. No lo pienso más y tiro; es un paso vertical y corto en el que efectivamente las pocas presas útiles están gastadas. Bloqueo y fuerzo pero no soy capaz, así que por primera vez en la via me dejo sostener por mi cuerda salvadora. Juan y Nano me jalean desde arriba y me ayudan con un tironcito, suficiente para superar el paso con los tobillos indemnes.
Pero me espera una última sorpresa, un agujero en la roca de ancho justo por el que hay que arrastrarse hacia la cara sur, exactamente como si nacieras del útero materno. La recompensa lo vale todo: el anfiteatro del Naranjo se abre ante mis ojos y su cima hasta ahora imposible e impensable para mí se muestra ya al alcance la mano. No es fácil describir los sentimientos que le recorren a uno en momentos como éste, pero es justo lo que nos gustaría mostrarles a aquéllos que de vez en cuando nos preguntan Por Qué Subimos Montañas



Nano no quiere desencordarnos, al fin y al cabo es nuestro guía y no lo olvida, así que subimos como una ristra de chorizos por el fácil y disfrutón Anfiteatro del Naranjo. Trepadas de I y II nos van aupando hasta la arista final, desde donde admiramos el hermoso contraste de azules entre el mar Cantábrico y el cielo. La sombra del Naranjo a nuestros pies lo delata con asombroso detalle, lo reconocería en cualquier foto sin dudarlo.
Y al fin pisamos la cima. La cima del Naranjo. No puedo creer que esté aquí.

Choques de manos, beso cimero, felicitaciones, exclamaciones de júbilo, fotos obligadas… El panorama al sur es inmensidad de roca, y al norte es profundidad hacia el mar.




Antes de lo que desearíamos, Nano nos dice que es hora de bajar. No quiere encontrarse atascos en los rápeles de la sur y obedientes le seguimos en el descenso, con la sensación de no haber terminado de admirar aquel telón en todo su esplendor, de no haber saboreado hasta el último matiz de las sensaciones de cima, de haber podido permanecer allí hasta la eternidad. Si el tiempo de cima nunca me parece suficiente, esta vez la sensación es mayor aún.

Bajamos otra vez como chorizos; nos hemos cambiado los gatos por las cómodas zapatillas y descendemos ágiles por el anfiteatro hasta llegar al primer rápel. Nano une las dos cuerdas y baja, preparándome yo en segundo lugar. Pendiendo de mi cabo de anclaje mientras espero a que Nano libere la cuerda, miro de nuevo hacia abajo y vuelve a atravesarme una punzada de felicidad que me hace sentir plenamente viva y privilegiada.


- ¡Libre!